Modo Oscuro
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LA FORMA


Amadeo Jacohinde


El joven se acercó y así como si nada, me entregó un puñado de hojas y me dijo que si yo quería publicar su relato, él aceptaría con la única condición de que se imprimiera en letra Arial 13. Lo dijo muy natural, como si fuera cualquier cosa:

-Usted puede escoger todo lo demás: el interlineado, la sangría, el espaciado, el color y tamaño de las hojas. Pero la letra debe ser Arial 13.

Estaba aburrido y quise arruinarle el humor a este joven tan seguro de sí mismo; quería derrumbar su arrogancia y ver la cara que ponía cuando se daba cuenta que su talento era mucho menor de lo que creía.

-Entonces -le dije- permítame leer su cuento, caballero, y ya veremos si me gusta.

Han pasado tantos años y aún es imposible describir lo que sentí. Desde la primera línea. El tiempo desapareció y el espacio era infinito en los prodigios de sus letras. Ni si quiera me tomé el tiempo de saber qué tan admirable o reprobable era la trama o la ejecución de su relato. Sólo pude admirar, como no he admirado otra cosa, el hechizo de leerlo. Eran diez páginas cuyo efecto era el ávido deseo de nunca terminarlas de leer. Cuando acabé ya habían pasado casi treinta minutos y el escritor dormitaba en el sillón.

-Es lo mejor que he leído en la vida -murmuré, y despertó para oírme con una sonrisa de victoria-. Mañana empezamos la edición.

Acordando otros pormenores de editor y escritor, él se fue y yo entré en su universo. Al cabo de dos semanas, su cuento estaba ya rondando por las calles de Guadalajara. Tal como prometí fue impreso en letra Arial 13. Los ejemplares se vendían en las estaciones del tren de Juárez, Plaza Universidad y Periférico Sur. En un mes se agotaron los primeros diez mil ejemplares.

La situación pasó de ser un fenómeno literario a ser un fenómeno social. La Ciudad estaba sacudida ante la aparición de un texto que era imposible dejar de leer sin haberlo terminado completo, y que, una vez acabada su lectura, dejaba en el alma un sabor indefinido entre la insatisfacción de un gran acontecimiento y la confusión de lo eterno. Nos hicimos ricos. Después de dos meses las editoriales se formaban suplicando un contrato, por más mínimo que fuese. Nunca había sucedido algo así tan solo por un cuento. Él no había escrito otra cosa y nadie se mostraba interesado en otro texto suyo: tan sólo ese relato bastaba para entretener la vida entera.

Antes de cuatro meses el texto ya rondaba por todo el país, y bastaron cinco meses más para que su magia se expandiera por toda Latinoamérica y también España. Fue en aquellos tiempos, en una tarde nublada de Mazatlán, que un estadounidense escuchó hablar del texto. Bastó leerlo una vez para convencerse de su futuro éxito, y a los dos días de trabajo ya estaba el cuento traducido al inglés. Imprimió cinco mil ejemplares y partió de inmediato a Nueva York, donde el éxito de su proyecto abarcaría la grandeza suficiente para después negociarlo en el país entero.

El fracaso fue fatal. En inglés a nadie le interesaba el cuento. Según la crítica norteamericana, le faltaba "esencia literaria". Y casi todos los críticos concluían en lo mismo: "era puro artificio malogrado". Respecto a este incidente le preguntaron al autor su opinión, y fue cuando dijo la famosa frase que más tarde desencadenaría el reverendo alboroto de todos los Siglos:

-Es que estas cosas, solo deben leerse en español.

Horas después, las noticias divulgaban sus palabras por el mundo entero. Y en una taberna de La Habana, Cuba, un hombre taciturno llamado Arthur Morgan, ahora famoso, le dijo al cantinero:

-Give me one of those fucking tales, por favor. Maybe that is some kind of true shit.

El cantinero le dio las hojas de un ejemplar que guardaban en la taberna, y el buen inglés se arrojó a la lectura en español, un idioma que no comprendía. Aquí es donde surge el gran descubrimiento cuyas consecuencias serían inagotables.

El efecto era exactamente el mismo. A pesar de no entender una sola frase del texto, no podía ni pudo dejar de leerlo. Su embriaguez se desvaneció de golpe: estaba más asombrado que nunca. No comprendía nada, y sin embargo no deseaba que jamás acabara aquella lectura tan fascinante. La magia del cuento se había purificado del lenguaje. Este acontecimiento acabó por sacudir al mundo entero, y por todos los países del orbe se distribuyeron millones de ejemplares en español. Alemanes, franceses, italianos, portugueses, griegos, ingleses, israelíes, árabes: todos se entregaban a esa exótica lectura hispana cuya incomprensión encerraba su propia fascinación.

Los individuos ajenos al español, en una suerte de inspiración remota e inasible de la mente, lograban presentir la trama del relato que no comprendían. Todos acababan el cuento convencidos de que trataba de algo en concreto, y bastaba conversar con otros lectores para percatarse que sus argumentos eran diferentes pero se constituían o de los mismos personajes, o algunos sucesos idénticos, o uno que otro rasgo psicológico o filosófico de la misma corriente.

Era insólito: una obra en español cuyos auténticos lectores eran todos excepto quienes hablaban español. Antes de aquel suceso, el autor era ante el mundo un escritor mediocre que en un accidente artístico produjo un milagro con una notable fórmula secreta. Ahora las masas lo proclamaban un genio sublime, que en un artificio preciso y maestro dio con la fórmula secreta del primer suceso sobrenatural-artístico del mundo.

Entonces comenzaron a suceder cosas insólitas en la vida cotidiana, similares a las escritas en la nueva literatura. Las personas adquirían psicologías tan extravagantes y sin precedentes, y de pronto aparecían en los callejones, avenidas, parques y campos, aquellos ambientes que el planeta jamás había poseído. Fue en aquellos días de revoluciones mentales cuando sucedió el gran accidente. Fue su propio autor quien provocó el caos en medio de una noche de cervezas y tabernas irlandesas, cuando confesó al pequeño grupo de hombres que lo acompañaban:

-Todo está en la letra. Debe ser Arial 13, de otra manera el cuento carecerá de su efecto, y será una obra mediocre. Gracias a esa letra, el cuento posee la magia de que basta leer las tres primeras palabras para ser esclavo del resto. Si alguien logra leer tan sólo la primera o hasta la segunda palabra, nada sucederá. Son las tres primeras palabras, es Arial 13.

Entre ellos había un periodista, quien publicó al día siguiente el secreto, que antes de dos semanas correría el mundo entero. De este desliz se produjeron dos efectos:

Primero fue el juego general en que entraron todos para probar qué tan ciertas eran estas palabras. Multitudes leyendo la primera y la segunda palabra solamente, experimentando una sensación de poder supremo al vencer por primera vez el hechizo irresistible del cuento, y ser capaces de abandonar su lectura antes de terminarla. Claro, no faltaba quien cedía a la tentación de leer la tercera palabra sólo para comprobar que era cierto, y desde entonces ya no podía abandonar el relato y quienes lo acompañaban debían esperar, impacientes y molestos, a que el atrevido o la atrevida terminara el cuento para poder continuar conviviendo.

El segundo efecto fue el Gran Desorden. Partiendo de la confesión del autor, diversos individuos alrededor del mundo imaginaron que era posible cambiar el efecto de la lectura con solo cambiar el tamaño y tipo de letra, y acaso así descubrirían infinidad de nuevas consecuencias en su lectura. No se equivocaron.

De pronto ya no era solo Arial 13, ahora se imprimía en todo tipo de letras y tamaños de texto. Ahora se veían todo tipo de efectos, desde los más bellos y sutiles hasta los más terribles e irremediables. El planeta se volcó en un caos irreversible a cuyos abismos se arrojaba la Humanidad en desmedidas ráfagas de pasión, osadía y locura. El mismo cuento, en otro tipo de letra, engendró impredecibles variaciones del primer milagro.

Un día los manicomios fueron insuficientes. Las calles de las ciudades se precipitaban en fiestas incontrolables. Surgió la moda de los suicidios masivos: se reunían miles de gentes y al mismo tiempo se quitaban la vida, riéndose de ello mientras los cadáveres caían en multitudes. Creyendo que era pura vanidad, innumerables masas de gente demolían los edificios enormes de las grandes ciudades. New York, Tokio, Singapur, Dubai, Hong Kong, Buenos Aires, Ciudad de México, y la mayoría de las metrópolis internacionales veían caer uno a uno sus grandes monumentos de arquitectura. Reyes y presidentes vagando ebrios por las calles, mientras que los vagabundos habitaban sus castillos y palacios. Continentes enteros que decidían tomarse siete días de descanso, sin hacer nada, sin producir nada, golpeando la economía mundial y fracturando el mercado de valores.

Si me propusiera mencionar todas las crisis que surgieron de esto, no terminaría. Alarmados por el riesgoso futuro de la Humanidad, diversas organizaciones civiles decidieron tomar las riendas del cambio y promulgaron la oficial destrucción de la obra en todas sus variaciones. En la Historia han abundado las luchas difíciles, los ideales que logran triunfar a fuerza de sangre y coraje, pero ninguna lucha fue tan difícil, ningún ideal tan peligroso como haber promulgado tal orden a grado internacional. Pero al cabo de una década y miles de disparos, logró erradicarse por completo el rastro de aquellos párrafos malditos.

Pero no quedó ahí. El autor, que en aquel entonces había estrechado ya una profunda amistad conmigo, también fue recluido. Sucedió precisamente una tarde mientras platicábamos en mi oficina. La puerta se abrió rápido y entró un detective acompañado de cuatro policías. Él no opuso ninguna resistencia, incluso actuó como si ya los hubiese estado esperando. El detective explicó que lo llevaban detenido porque era un riesgo tenerlo en libertad. Yo no pude hablar siquiera. Se lo llevaron, cerraron la puerta delicadamente y de pronto simplemente me hallé solo en mi oficina, con el peso de un hombre encerrado para siempre sobre mi conciencia. Yo había publicado su relato.

Hubiera sido imposible soportar la culpa toda la vida, de no haber sido por aquel encuentro con un viejo amigo llamado Daniel. Le platiqué mis angustias, y él me dio la respuesta que calmaría no sólo mi conciencia, sino también revivió las esperanzas que había puesto sobre el destino del Universo.

-No creas lo que ves -me dijo, con una risa despreocupada-. Todo estaba planeado desde el principio, Paul. Te lo diré solo para que no te sientas mal. Pero ten en cuenta que esto es sumamente confidencial. No puedes decirlo a nadie, nunca.

Acepté guardar silencio, y entonces me lo dijo. Me lo dijo todo, sin rodeos ni omisiones. El suceso llevaba siendo planeado ya dos siglos. Una antigua secta descubrió que bastaba una forma para cambiar todas las formas que componían la clave de la mecánica funcional del Cosmos. Era un cuento, que fue encontrado dentro de una botella en las playas del Caribe. Nadie sabe quién lo escribió, quién lo encontró ni cómo descubrieron sus efectos. La secta de la Forma nunca los reveló. Se sabe que un día descubrieron que tal prodigio era capaz de revolucionar de una vez por todas el sistema del mundo, el entero andar de la Civilización.

-Pero antes era necesario un experimento -aclaró Daniel-. Era necesario saber cuáles de las variaciones de La Forma iban a funcionar, y cuáles perjudicarían. Para eso debían soltar al viento la Forma en todas sus variaciones, dispuestos a admitir cualquiera de las consecuencias, y así averiguar de qué manera administrar el uso de la Forma. Sabían que el principio sería un caos, el más grande. Pero era necesario. ¿No es así acaso la historia del Universo?

Por eso hubo organizaciones de gente que no se contaminó con las variaciones: eran partidarios de la Secta, comprometidos al plan desde un inicio. Entre ellos mi buen amigo.

El autor siempre supo que tarde o temprano lo "encerrarían" (ahora sé que está en un lugar más cómodo que yo). Pronto se permitirían de nuevo las lecturas del cuento pero solo en ciertas variaciones controladas.

-Se elegirán a las personas, dependiendo su personalidad, sus inclinaciones y sus habilidades, para ciertas lecturas. No todas leerán las mismas variaciones. Los sectores no serán arbitrarios, y así mismo tampoco injustos. La sociedad tomará un orden distinto a cualquier otro orden imaginado: un orden fundamentado en la esencia de la belleza.

Por primera vez en mucho tiempo, me sentí feliz. Todo cambia al saber que algún día la lógica tendrá que inclinarse ante la locura. Solo entonces entenderemos muchas cosas, y estamos cerca. Pero ya no necesito verlo porque hoy me muero. Daniel me facilitó, secretamente, una variación del cuento que permite a su lector, después de la última letra, la muerte más feliz de la vida humana.

Sé que este escrito rompe la confidencialidad que pacté, por eso lo encerraré en mi cajón. No sé cuánto tarde en ser hallado o si se perderá por siempre. No sé qué tan bien o qué tan mal funcionará La Forma. Sólo te pido, Encontrador, que lo publiques cuando sepas que es tiempo de que el mundo lo lea. Si no es el tiempo destrúyelo, o espera.


Fin.