Modo Oscuro
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UNA GOTA DE TIEMPO


Amadeo Jacohinde


Los profetas bíblicos tenían razón, después de todo. Al menos en la mayor parte de lo que dijeron: que Dios pondría fin a la Historia de la Humanidad y que haría un Gran Juicio donde cada quien recibiría la compensación eterna de su vida en la Tierra. Lo que muy pocos profetas sospecharon es que Dios nunca tuvo religión, y a fin de cuentas le importaron poco las creencias de la gente. El Paraíso resultó ser un lugar lleno de ateos e indiferentes teológicos, y el Infierno se veía lleno de sacerdotes. Y contra todo pronóstico tradicional, proporcionalmente hablando hubo más judíos que griegos en la lista de los condenados. Sócrates, por supuesto, tenía su propia villa residencial en el Paraíso, hecha de oro con adornos de madera libanesa.

Otra cosa que pocos esperaban fue la forma en que se acabó el mundo. Todos imaginaban catástrofes, grandes desastres naturales, guerras nucleares, destrucción masiva. No podían estar más lejos de la verdad. El fin del mundo fue una de las cosas más tranquilas que jamás sucedieron en el mundo. Bastó con una sola generación para aniquilar el proceso de reproducción, que mantenía a la especie viva. Una generación donde casi el noventa y cinco por ciento de la población global fue homosexual por voluntad de Dios. Y de las pocas parejas heterosexuales ni siquiera la mitad pudieron reproducirse con éxito. En un período de treinta años, la población infantil se vio reducida a los niveles de la Prehistoria.

Nadie estaba preparado para esto. Los gobiernos se habían empeñado tanto tratando de evitar la siguiente crisis económica, los activistas hacían tanto ruido respecto a la contaminación y la democracia, que nadie vio el pequeño problema convertirse en el auténtico Fin de la Humanidad. En gran parte -hay que admitirlo- se debe a que fue la época más feliz de la Historia. Los hombres amaban a los hombres, las mujeres a las mujeres, y la cantidad de malentendidos en el planeta disminuyó drásticamente. La cifra de emociones negativas diarias bajó a un promedio de tres, y en algunas partes del mundo la gente solo tenía una por día, a veces ninguna. No había peleas en las calles, no había gritos en las casas, de pronto ya no habían automóviles chocando ni psicópatas disparando a las multitudes. En menos de doce años, todas las prisiones alrededor del planeta estaban vacías.

¿Quién hubiese dicho, en medio de tanta belleza, que éste era el fin del mundo? Incluso los chinos y los latinoamericanos habían comenzado una nueva carrera hacia Marte, con el fin de fundar las primeras colonias humanas antes del 2270. ¿Quién iba a pensar que tal proyecto nunca se realizaría?

Pero lo que más conmocionó la mente de los humanos, lo que en verdad les costó trabajo asimilar y les confundía al grado de creer estar dentro de un sueño, fue el hecho de comprobar que Dios sí existía: después de todo, era una persona real. Paradójico que los más sorprendidos fueron, en su mayoría, los religiosos. Nadie en verdad creyó nunca; los cerebros humanos nunca conocieron la genuina Fe.

-Ahora pueden percibirme -les dijo Dios a los benditos, antes de abrir las puertas del Paraíso-. No sólo con ojos y oídos: ahora pueden verme a través de sentidos que jamás imaginaron. Ahora soy innegable. Y puesto que mi existencia no se puede negar, ustedes pueden ser felices de ahora en adelante, por el resto de la Eternidad.

La revelación fue tan abrumadora que muchos vomitaron. Pero esto era el cielo: el aroma del vómito era dulce y la sensación de vomitar era agradable, casi tanto como estar llorando.

-Es fascinante -dijo una de las almas redimidas-: es como si estuviéramos todos en el mismo sueño, como si el tiempo no avanzara de la misma forma todo el tiempo.

Todos lo escucharon al instante como si lo hubiese dicho a sus oídos. Fue aquí donde los espíritus benditos empezaron a entender que la comunicación telepática funcionaba bajo el decreto absoluto del emisor, sin importar la voluntad del destinatario.

Sólo Dios tenía el derecho de intervenir en las conversaciones, pero nunca lo hizo.

Y tratando precisamente de sus derechos, tres días después de abrir el Paraíso (nadie sabe si en realidad fueron tres mil años) Dios tuvo la suerte de encontrarse con Borges. Se pusieron a platicar, y ya en medio de la conversación, Borges no pudo soportar las ganas de explicarle a Dios por qué no tenía el derecho de haber creado el Infierno. Blandió sus argumentos con la maestría de la ingeniosidad, y llegó a su conclusión cuando Dios menos lo esperaba:

-Tanto el Paraíso como el Infierno son exageraciones, mi Señor, pero hay que tomar en cuenta que éste lugar es una exageración benéfica, agradable: refleja tu amor, mientras que el Infierno es una exageración desagradable y vengativa. No refleja tu amor, sino tu ira. Y no podés representar ambas cosas al mismo tiempo. Es imposible.

Dios no podía creer lo que estaba escuchando. Nunca antes se había sentido tan confundido y tan aliviado al mismo tiempo. Nunca antes agradeció tanto la existencia de las palabras. Sin consultarlo con nadie, sin tomar opiniones externas, el Creador apareció ante las puertas del Infierno y entró sin dar un solo aviso. Las puertas abiertas dejaron entrar los vientos polares de la salvación y todas las llamas del Infierno se apagaron al instante. Sorprendidos, un tanto aterrados, todos los condenados y todos los demonios se abstuvieron de decir palabra. Ni siquiera Lucifer acertó a decir qué podría estar pasando.

-Mi niño -suspiró el Creador, sin dar crédito a sus ojos.

-¿Qué... qué haces aquí? -titubeó Lucifer.

Dios parecía anonadado. Después de cuatro mil millones de años sin ver a su primer ángel caído, después de tantos milenios de conflicto armado, le pareció volver a contemplar toda la hermosura de los primeros días, la antigua pureza de los niños, y un viento de memorias le hizo recordar que este siempre había sido el hijo más hermoso de su creación.

Se arrojó sobre el hijo pródigo y lo abrazó con todas sus fuerzas. Lucifer no se movió al principio. No podía entender qué sucedía. Pero no podía negarse que esta era la mirada de su padre, la voz de su padre, los brazos, el aroma de su único padre. No pudo resistir las lágrimas, y de pronto ambos se vieron abrazados en medio de un reencuentro mucho más emotivo de lo que imaginaron. No hubo una sola mirada, en toda la creación, que no haya visto aquella escena.

-Papá -se escuchó el murmullo.

Todos los sufrimientos del Infierno fueron olvidados al instante, todas las heridas y todos los dolores fueron borrados de la piel y la memoria de todos los antiguos condenados.

-A partir de este momento -dijo el Creador, delante de los pecadores y los diablos-, todos ustedes son perdonados y serán bienvenidos al Paraíso, donde gozarán eternamente de mi presencia y la de todos sus seres amados.

Fue tal vez el momento más feliz en la historia de la existencia de Dios. Nunca se hizo tanto alboroto de alegría, tanto relajo. Ni siquiera cuando se inauguró el Paraíso. Pero Dios tenía la fuerte sensación de que a todo esto le faltaba algo. Tuvo que pensar el asunto durante treinta y tres horas (o treinta y tres días) sin cesar para llegar victorioso a la conclusión determinante de que era necesario hacer una inesperada metamorfosis en las reglas del Paraíso. Primero se lo hizo saber a Lucifer, después a sus viejos demonios, y por último reunió al resto de los ángeles y a todos los humanos para darles la noticia:

-Ya he pensado suficiente, y he determinado que ni Lucifer ni sus antiguos seguidores deberían guardar el mínimo recuerdo de su pasado rebelde. Es dañino para ellos, psicológicamente, y es riesgoso para nosotros como sociedad. Por ende, decidí borrar de sus mentes todo el pasado, absolutamente todo lo que haya sucedido antes. Sus mentes serán reiniciadas, todos sus conocimientos tendrán que ser desarrollados desde el principio. Ellos vivirán convencidos de que son niños y que todo esto es una novedad, mientras todos los demás sabremos que son de los pocos seres más antiguos. Y ninguno de nosotros tendrá permitido hablarles de la Rebelión, porque eso será erradicado de sus mentes.

Todos los ángeles y los benditos aplaudieron la gran idea. Ese mismo día, Lucifer y los ángeles de la Rebelión fueron sometidos a un renacimiento, un proceso nunca antes ensayado por las manos del Creador. No obstante, las cosas salieron a la perfección. En menos de lo que cantan tres gallos, Lucifer y sus colegas ya estaban completamente transformados. No recordaban absolutamente nada de lo que había sucedido, y en este sentido fueron los primeros niños en llegar al Paraíso.

-Ya he pensado suficiente, y he determinado que ni Lucifer ni sus antiguos seguidores deberían guardar el mínimo recuerdo de su pasado rebelde. Es dañino para ellos, psicológicamente, y es riesgoso para nosotros como sociedad. Por ende, decidí borrar de sus mentes todo el pasado, absolutamente todo lo que haya sucedido antes. Sus mentes serán reiniciadas, todos sus conocimientos tendrán que ser desarrollados desde el principio. Ellos vivirán convencidos de que son niños y que todo esto es una novedad, mientras los demás sabremos que son los seres más antiguos. Pero ninguno de nosotros tendrá permitido hablarles de la Rebelión ni de su pasado: eso será erradicado de sus mentes para siempre.

A partir de este punto, cambió toda la dinámica de la Eternidad. Ahora que había ex-convictos en el cielo, las circunstancias comenzaron a parecerse más a las de la Tierra. Los humanos no tardaron en pedirle a Dios un carro eléctrico y una televisión plasma. Se los dio. Ya que había carros y televisiones, se necesitaban semáforos y shows de entretenimiento. Afortunadamente, no tardaron en surgir los profesionales en tráfico y en la media.

Y ya que había profesionistas ofreciendo servicios, se necesitaron reglamentos de jornadas laborales, contratos de legalidad, trámites burocráticos y, por supuesto, la implementación de ciertos códigos jurídicos. De esta manera resucitaron las instituciones estatales y nació el Derecho Celestial. Ni siquiera Dios había previsto esta posibilidad cuando, en el principio de los tiempos, planeó la existencia del Paraíso. Pero vio que era bueno y decidió que se quedaría así.

Y así transcurrieron siete millones de años (¿siete mil millones?) de intensa felicidad y descubrimientos inagotables entre los infinitos elementos de la Luz. Los ángeles hicieron todo tipo de cosas, pero los humanos fueron un paso más allá de todo. En los primeros cien mil años llegaron a los límites de la invención divina, y desde entonces Dios tuvo que improvisar diariamente para mantenerse a la altura de la demanda colectiva. Era agotador, pero finalmente se había encontrado con un desafío realmente digno de su pensamiento. Y eso era bueno.

Pero después de siete millones de años sucedió lo inimaginable: la improvisación dejó de ser buena, y Dios se aburrió del Paraíso.

Las novedades de la exigencia humana ya no le parecían un desafío. Después de tanto tiempo inventando a diario, sus invenciones empezaron a caer en la monotonía y la redundancia hasta que encontró a los humanos asquerosamente predecibles.

Y trató de guardárselo por algún tiempo, seguro de que era tan sólo una fase transitoria de su vida. Pero no fue así. Dios se aburría cada vez más de vivir en el cielo, y no podía imaginarse alguna solución ante dicho problema. Entonces fue a buscar a Cleopatra. Por alguna extraña razón quiso decírselo a ella primero, y se lo dijo de la forma más honesta.

-¡Señor, debiste decirlo antes! -exclamó ella-. Nosotros realmente pensamos que te encantaba crear cosas nuevas todos los días. Pero ahora que dices lo contrario, te prometo que nadie va a impedir que descanses. ¡Todo el tiempo que quieras!

-¿Descansar? -Dios no había pensado en esa opción con esa seriedad-. ¿Crees que necesite descansar?

-No lo creo: lo sé. Tú confía en mí, Señor. Sólo descansa, yo me encargaré de que nadie te moleste durante los próximos siete días.

-Siete días...

-Será suficiente para que se nos ocurra algo para entretenerte.

Aceptó con alegría la propuesta, sospechando en secreto que, siendo una idea que él no había contemplado, probablemente era la mejor alternativa (últimamente no confiaba mucho en sí mismo.) Así, pues, se retiró a descansar con la determinación de no regresar de su limbo personal antes de siete días.

Pero ni siquiera pudo durar cuatro. Y no por culpa suya: fueron los humanos que interrumpieron su descanso con la exaltada noticia de que ya tenían la idea perfecta para entretenerlo. Cleopatra les había dicho a todos (menos a los niños) que Dios estaba aburrido de ellos, y que más valía pensar en una solución si no querían que se volviese a abrir el Infierno. Los humanos se lo tomaron con tanta urgencia, que en un segundo olvidaron todos los goces del Paraíso y se abocaron a la nueva tarea sin descanso ni reproche hasta que de pronto, en un relámpago de genialidad, dieron con la respuesta.

Fue una idea tan hermosa, que todos eligieron a Homero para contársela al Creador. Entró el aedo al recinto límbico de Dios, donde le encontró sentado y pensativo. Dios le preguntó a qué conclusión habían llegado los ángeles y los humanos, y Homero respondió: «Queremos que intervengas en tu propio pensamiento, y que te hagas olvidar toda la realidad de la misma forma que se la hiciste olvidar a Lucifer y sus seguidores.»

-¿Quieren que me someta a un renacimiento? -exclamó Dios, sorprendido.

-En cierta forma sí, pero no del todo. No queremos que tu mente lo olvide completamente... sólo cuando estés despierto.

-Pero yo siempre estoy despierto.

-Ahí está la novedad, señor. A partir de ahora dormirás todas las noches, tal y como lo hicimos los humanos en la Tierra. Irás a dormir, y en medio de tus sueños recordarás todo lo que eres, todo lo que has hecho, todo lo que ha sido y todo lo que será. Sólo dentro de los sueños te encontrarás con la grandeza de tu realidad eterna. Y cada día, al despertar, de nuevo habrás olvidado todo para volver a representar una realidad sintética, donde representarás un papel ficticio. Porque esta realidad, señor, en la que se encuentra la eternidad y el Paraíso, será transformada en el mundo que tú quieras, donde podrás ser el personaje que tú decidas... Incluso podrías llegar a crear una realidad donde seas humano, y vivas entre nosotros como cualquier otro. Seguro será divertido cuando te lo recordemos en tus sueños.

-Entonces ¿ustedes van a estar en mis sueños? ¿Sólo ahí podré verlos?

-Estaremos en ambas realidades. Nosotros participaremos de tu vida real y de tu vida artificial. A menos que tú quieras que algunos vivamos sólo en una de las realidades, por supuesto. La idea es que puedas elegir quién eres.

-Y vivir perpetuamente en medio de dos realidades.

-Tal vez sea la única forma de evitar que te aburras. Una sola realidad ya no es suficiente para ti.

A Dios le pareció la idea más excelente que jamás hubiese dicho alguien, y la pusieron en práctica desde esa misma noche. Fue la primera vez en todos los tiempos que el Creador se acostó a dormir. Y en medio de su sueño, reconstruyó su identidad y se reunió con los benditos.

-He decidido cuál será la historia que representaremos cuando esté despierto -les dijo casi al instante, sin dar tiempo para hablar de otras cosas.

-¿Cuál fue tu decisión, Señor?

-Vamos a representar una realidad donde yo viva creyendo que soy un mortal, como lo eran ustedes en la Tierra. Pero yo quiero ser un mortal en medio de inmortales. Quiero que todos ustedes sean dioses, seres superiores a mí, mientras yo voy a creer que soy una invención que surgió por accidente mientras trataban de preparar chocolate o mole. Y nadie debe decirme, mientras esté despierto, que soy un dios inmortal. Quiero llegar a averiguarlo por mi propia cuenta. Tarde lo que me tarde, debo averiguarlo por mí mismo, ¿queda claro?

Todos estuvieron de acuerdo. Se sentían casi tan emocionados como el día que se cerró el Infierno. Y los niños, que no recordaban aquel pasado, se sentían más emocionados que nunca. Sobre todo porque no sospechaban que detrás de todo esto había un trágico aburrimiento divino, y que nadie estaba haciendo algo para solucionarlo.

La función comenzó desde que el Creador despertó, ya convencido de que era un individuo mortal en un mundo de dioses eternos. Los espíritus benditos siguieron el teatro al pie de la letra, y actuaron sus papeles hasta el último momento del día. Fue espectacular. Y al principio Dios resultó ser un humano muy agradable, muy prometedor, de quien nadie hubiese sospechado alguna extravagancia.

Esos primeros años quedarían para siempre en la memoria de las almas eternas. El Señor se mostraba curioso y espontáneo en ese nuevo mundo que, inconscientemente, había creado para sí mismo. Amó su realidad humana como nunca amó ninguna, y no porque fuese la más perfecta sino porque era la única que no podía comprender ni controlar. Aunque no lo sabía, esta era la primera vez que vivía en un mundo donde él no estaba a cargo de todo. No era de extrañarse que se sintiese más feliz y más libre que nunca.

Pero después de un par de siglos, las cosas comenzaron a ponerse muy extrañas. A medida que Dios se percataba de que el tiempo no destruía su estructura molecular, sino que se fortalecía más cada mañana, empezó no sólo a sospechar de su divinidad sino también a cultivar sentimientos violentos, esos mismos sentimientos que nunca se creyó capaz de sentir. Tal parecía que la noción de inferioridad no le vino nada bien.

Después de tantos años viéndose limitado e inferior a los demás, la revelación de su poder despertó en el fondo de su espíritu la oscura necesidad de suprimirlos y dominarlos a todos. Solo quería pavonearse y ser reconocido como el ser superior. Y ciertamente lo hizo. Un día se sublevó contra el orden de la Sociedad Intergaláctica que había desarrollado, sometió a todos los dioses y les obligó a inclinarse y adorarlo como único Dios del Universo. Aunque nadie podía creer lo que estaba pasando, todos obedecieron y se arrodillaron. Fue la primera vez que Dios conoció la adrenalina humana.

En cuanto durmió, volvió en sí mismo y recordó lo que había hecho mientras estuvo despierto. No podía creerlo, y no tuvo palabras para justificarse. Ni siquiera los niños podían acercarse a él con la misma confianza de antes. Nunca había previsto la posibilidad de convertirse en esa clase de persona. No estaba preparado para esto.

Se deshizo de todo el experimento y quemó las escenografías. Y para cerciorarse de que esto no pasara a mayores, borró el acontecimiento de la memoria de todos los benditos. Ya no habían evidencias de nada. Como si nunca hubiese ocurrido nada de esto.

Pero la curiosidad que le produjo el acontecimiento fue mayor que su arrepentimiento, y no tardó en repetirlo cuanto antes pudo. Pero esta vez cambió la dinámica, y ahora el teatro consistía en un pequeño planeta de hielo donde todos eran mortales confundidos, que habían despertado de pronto en aquella realidad sin comprender nada de ella. El único contacto con lo divino era una energía misteriosa que surgía del hielo y les revelaba su condición eterna.

Dios no tardó en hallar los trucos secretos para invocar y manipular esa energía cuantas veces quisiera, de las formas más complejas, y de nuevo descubrió su grandeza al mismo tiempo que decidió elevarse sobre todos y ser el emperador supremo del planeta de hielo. Una vez más, se repitió la historia de su insólito despotismo. Teniéndolos a todos bajo su servidumbre, cayó un día en cuenta de la corrupción que había manchado su alma, y volvió a borrar todo su trabajo. Y a pesar de haberse arrepentido tanto, repitió el experimento por tercera vez. (Aquí empezó a sospechar que ya nunca iba a poder evitarlo.)

En total, repitió el teatro sintético cuarenta y siete mil veces, y todas acabaron de forma similar. Dios no podía comprender de dónde venía esa energía oscura que se apoderaba de su alma siempre que se despojaba a sí mismo de su condición suprema. Quería ser humano, pero no podía soportarlo. Tal vez por eso empezó a cansarse, y esta ocasión ya era un cansancio profundo, acaso irremediable.

Ya no quería la existencia. No más.

Así que fue a reunirse con su niño más amado, y le contó, entre lágrimas de nostalgia, la vieja historia de su hermosura y de su rebeldía.

-Te llamé Lucifer, porque eras para mi creación lo que para la Tierra es el lucero de la mañana. Hice todo para que tú llegaras. Mucho antes de crear el primer átomo, ya estaba pensando en ti. No hubiese creado una sola estrella si no hubiera pensado que tú ibas a verla y regocijarte en su existencia. Sólo quise hacer un mundo que te gustara, porque sólo quería que tú existieras.

Sus ojos se humedecieron.

-¡Te esperé tanto!... Pero como ves, las cosas no salieron como yo esperaba. Ha sido casi todo lo contrario, de hecho. Te rebelaste hace tiempo, y pasé millones de años de mi vida creyendo que ya no te amaba. Incluso llegué a creer que los humanos eran mi creación más grande, y que por ellos había creado el Universo. ¿Puedes creerlo? Bueno, de hecho lo supiste mucho tiempo, pero como ya te conté, todo ese pasado lo borré de tu mente.

-¿Para protegerme?

-Eso es lo que yo creí. Siempre lo creí. Pero ahora ya ni siquiera entiendo de qué te estaba protegiendo.

-Tal vez te estabas protegiendo a ti mismo.

Ninguno de los dos tuvo palabras para continuar la conversación. No había nada que decir. No habían más respuestas, y no habían más preguntas. De pronto, todas las cosas estaban listas para el silencio. El pequeño Lucifer pudo ver con claridad que había llegado el momento, y que no habría otra oportunidad de hacerlo.

Miró a su padre a los ojos y le pidió lo único que quedaba:

-Apaga las luces, papá. El Universo ya está muy cansado. Tarde o temprano, todo esto se tenía que terminar. Ya puedes apagar todas las luces.

-Pero ¿cómo?... ¿Qué les voy a decir a todos los demás?

-No les digas nada. Déjalos descansar sin que se den cuenta.

Dios quiso responder, quiso reprochar, pero se detuvo al pensarlo con mayor profundidad y percatarse de que era cierto. Lo único que quería hacer era desvanecerse, desaparecer junto con toda la realidad. Para siempre.

No dijo nada, pero se levantó y fue directo al limbo donde estaba guardada la red de cables y circuitos supragalácticos. Extrajo la pequeña terminal central, donde se ejecutaban las leyes fundamentales de la materia, los algoritmos que cubrían funciones constantes desde los hadrones hasta las supernovas, y en ese mismo instante Dios ejecutó una arcaica línea de nueve comandos, con tres operaciones y seis condicionales: el viejo código de la destrucción universal.

Lo primero que se desvaneció fue la materia líquida, las hierbas y los libros. Después desaparecieron los humanos, y los ángeles, y también se desvaneció la figura su niño amado. Se esfumó la luz entre los vientos, y se empezaron a evaporar los inmensos océanos del Tiempo. Activados todos los algoritmos de la devastación cósmica, Dios se sumergió por una última vez en el recuerdo de las primeras sensaciones, en esa antigua época de grandes descubrimientos. Ya había llegado a los profundos comandos de ensamblador, a la mismísima era leptónica, cuando también él comenzó a perder el espacio y el aliento. Su existencia estaba programada en ese mismo código, y ahora le tocaba a él sentir el frío contacto de la aniquilación.

Pero un segundo antes de desaparecer, tuvo la dicha de ver la luz y pudo entender. Mientras se compilaban las últimas líneas del código, alcanzó a ver que en medio de las criptografías había un algoritmo secreto, que él había creado desde el Principio para olvidarlo, un paquete de código intruso que se instalaría en los circuitos más recónditos de la Nada, donde esperaría en secreto durante setenta millones de millones de millones de años, oculto y silencioso, sin hacer absolutamente nada. Pero transcurrido este tiempo se reactivaría el código, todos los algoritmos se desplegarían milagrosamente sobre la superficie de la inexistencia y darían origen a los mecanismos del intelecto atómico, de donde brotarían, una vez más, todas las formas encriptadas de la Realidad.

Dios lloró, lágrimas de alegría porque entendió que siempre fue verdad: todas las voces volveríamos a encontrarnos en el mismo punto. Gardel volvería a escucharse en las viejas radios que entonces serían nuevas, Matilda volvería a saltar de alegría y Verónica tendría la ocasión perpetua de volver a abrazar a sus hijos recién nacidos y verlos crecer. De nuevo las cacerías neolíticas, otra oportunidad de ver las tragedias de Grecia, una vez más el espectáculo de Roma. Los mismos rostros preparándose para nacer. Ella volvería a enamorarse de la poesía, y esos niños volverían a jugar en el río cada verano. Todo estaba destinado a repetirse. La belleza, las fatalidades, el arte, la guerra y los amores y las enemistades. No había un solo elemento fuera de la ecuación. Por eso se fue agradecido.

Hay quienes aseguran que faltan sólo 1.3 millones de años para comprobar si la leyenda es cierta y los códigos se reactivan. Pero yo, personalmente, creo que falta un poco menos.


Fin.