Modo Oscuro
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AUGUSTO NAVARRO


Amadeo Jacohinde


Augusto creyó que ya en la cima no habrían más preocupaciones, no más problemas fuera de control. En una época como la suya, de impredecibles descubrimientos e invenciones revolucionarias, hombres como él eran leyendas vivientes. El trasplante cerebral aún era algo nuevo y apenas se construían las primeras flotas de Arcas Espaciales, estas ciudades-nave donde ahora vivimos la mitad de nuestras vidas orbitando la Tierra. Una época emocionante.

Augusto era uno de los hombres más ricos del planeta y nada parecía amenazar su felicidad hasta que un día, en una fiesta, su hijo César se plantó frente a todos sus invitados y dijo lo único que no estaba permitido decir en su época:

-No voy a consumir más drogas, papá. Ya lo decidí: ni una sola nunca más.

Augusto no podía creerlo. Sintió su glorioso mundo derrumbarse en menos de tres segundos. Todos guardaron silencio.

-César, ¿tienes idea de lo que me estás diciendo?

El joven ni siquiera se inmutó. Parecía estar viviendo el momento más tranquilo de su vida mientras el mundo psicológico de su padre seguía cayendo en pedazos.

-Sé bien lo que estoy diciendo. Me uní al movimiento de los Puristas y no vuelvo a consumir una sola droga por el resto de mi vida. ¿Necesitas más detalles?

Augusto supo que no había vuelta atrás. La tragedia era inevitable, las palabras habían sido dichas en público y era cuestión de horas para que la noticia se propagara a todo el mundo.

-Todos salgan de aquí, por favor. Que todos se retiren, excepto mi hijo y Miguel.

-¿Yo? -exclamó su abogado, deteniéndose sorprendido.

-Claro, imbécil. ¿Quién más se supone que va a hacer los trámites legales que vamos a necesitar? Te necesito aquí. -Miró a su hijo-. ¿Y tú? ¿No trajiste a ninguno de tus abogados?

-No necesito un abogado para hacer esto. Conozco todo el procedimiento. Lo que tengamos que hacer hay que hacerlo ya, porque tengo prisa. Sabes bien que para la noche ya debo haber desaparecido.

-¡Para la noche! Yo diría que mucho antes, hijo. Vas a tener que esfumarte de las calles antes de cinco horas. Sabes que esto no es nada personal: si por mí fuera, dejaría que vivas sin ningún tipo de droga, sin adicción alguna, pero hay personas... más allá de mí, que tienen sus intereses y...

-Lo sé, papá. Sé que no tienes la culpa de que la policía me persiga por desobedecer las políticas que implementaste.

Augusto levantó la mirada con furia en cuanto escuchó las últimas palabras y corrigió a su hijo en el instante:

-Yo no implementé ninguna política, César. Sabes bien que jamás me he manchado las manos con la mierda de los políticos. Ahora lo dices con tanta facilidad, pero cuando yo tenía tu edad, las drogas eran tan malas que incluso estaban prohibidas. ¡Lo mejor que teníamos era la hierba, y ni siquiera era la mitad de buena como ahora! ¿Recuerdas esos años, Miguel?

-¡Oh, sí! -exclamó Miguel, riendo-. Esos fueron los años...

-Fueron buenos tiempos, no puedo negarlo. Pero ve el punto, César: las drogas eran ilegales, estaban estigmatizadas en toda la sociedad, y todo el tiempo veías personas destruyendo su vida por la adicción. Y aun así, ¡no era lo peor de todo! ¿Sabes qué era lo peor de todo? ¿Lo sabes?

-¿Qué cosa, pá?

-¡Que nadie en este mundo estaba satisfecho con la vida! No te estoy mintiendo, César, no es exageración: todos estábamos llenos de ansiedades, preocupaciones, dolores pasados, miedos, trastornos y complejos personales. ¡Éramos un caldo de frustración y desilusiones explosivas! Pero hubo quienes no nos rendimos. Me costó mucho tiempo y trabajo, pero descubrí los químicos que los diferentes tipos de cerebros necesitan para estar tranquilos, ¡y ve la clase de mundo que te pude dar! ¿Sabes lo que es haber crecido como nosotros? ¿Tienes una mínima idea de lo que era la realidad cotidiana antes de la normalización psicodélica?

César lucía harto de este tema: sabía muy bien hacia dónde iba la conversación.

-Papá...

-¿Al menos puedes darme una razón -que sea válida- por la cual decidiste ser un purista?

-Porque necesito el dolor.

-¿Qué se supone que significa eso?

-Claro que le hiciste un favor al mundo, papá, eso no te lo voy a negar: tus avances bioquímicos han permitido a la gente tener una vida agradable. Levantarnos cada mañana de buen humor, decidir nuestros sueños, activar los mecanismos de concentración cuando queramos, convertir la nostalgia y la tristeza en emociones placenteras, ¡resolver cualquier conflicto psicológico con una píldora! Sí, ¿quién no te lo va a agradecer? Pues deja te sorprendo: las personas que necesitamos ese mismo dolor que tú te encargaste de erradicar. ¿Cómo esperas que te demos las gracias por habernos quitado el Infierno de la Inteligencia, cuando es lo único que teníamos?

-¿Te escuchas a ti mismo? Eso es imposible. ¡Es basura de adoctrinados, hijo!

-Necesito el dolor, papá. Dejo las drogas porque tengo que enfrentarme a la vida tal y como es, no tal y como me gustaría que fuese. Es hora de ponerme un desafío de mi propia altura.

Augusto supo que no habría forma de arreglar esto, y tal como decía su hijo: debía ponerse a la altura del "desafío".

-Bien -dijo-, entonces no hay manera de convencerte de que te retractes, ambos tenemos que proceder como lo dicta nuestro destino. -Caminó hacia la mesa, pero se detuvo antes de sentarse-. Miguel, trae todos los papeles necesarios.

Ambos se sentaron frente a frente.

-Enseguida, señor.

Ya los traía en el maletín como siempre. El abogado sacó rápidamente los formularios y los colocó en la mesa junto con dos bolígrafos. Antes de proceder según los protocolos, Augusto tomó los papeles, los bolígrafos y dijo:

-Vamos directo al grano: empezaremos desde la página 21. ¿De acuerdo?

-De acuerdo -sonrió su hijo, consciente del tiempo que esto le ahorraría.

Fueron directo a la página 21 y entonces su padre leyó la primera y más importante de las preguntas en todo el documento:

-En caso de ser aprehendido por las autoridades de la Comunidad Global, ¿qué clase de castigo eliges compadecer?

-¿Qué opciones tengo? -preguntó César, con toda calma-. Supe que hace como tres semanas actualizaron los protocolos jurídicos, seguro hay algo nuevo y mejor, ¿no?

-Todo lo contrario: las actualizaciones son más rígidas que las anteriores, y ahora solamente tienes una opción apenas tolerable. Sería prisión perpetua a domicilio, trabajando el resto de tu vida en los grandes laboratorios de fármacos.

-Fabricando drogas...

-Y consumiéndolas, por supuesto. Nadie puede soportar las condiciones químicas ni psicológicas de los laboratorios sin contar con la ayuda de psicotrópicos.

-Prefiero morir.

-No te van a matar, César. Prefieren tener otras dos manos de obra para la fábrica de drogas. Ganancias, hijo: tienes que entenderlo. Eso de perseguir y matar a los puristas fue un asunto del pasado, una fase primitiva del proyecto. Ya no funciona así. Si realmente quieres morir tendrás que suicidarte, pero creo que eres de esas personas que prefieren vivir bajo términos desagradables que renunciar a la vida.

-¿No me crees capaz de quitarme la vida? -exclamó el joven, herido en su orgullo.

-Todo lo contrario: eres completamente capaz de quitártela, renunciar a ella casi sin pensarlo; por eso mismo es que no estás hecho para el suicidio. Las personas se suicidan cuando en el fondo son incapaces de quitarse la vida, porque no saben despreciarla con lo más profundo del alma. Y sabemos que ese no es tu caso.

-No tiene sentido nada de lo que dices. ¿Cómo se va a suicidar alguien que es incapaz del suicidio? ¡Es un estúpido juego de palabras!

Augusto sonrió complacido: esta era precisamente la reacción que esperaba de su hijo. Por fin, en medio de tantas desilusiones, algo salía según lo previsto.

-Eso lo dices porque no has entendido que para el suicidio no se requiere capacidad, sino precisamente la ausencia de ella. Es de ese tipo de cosas que sólo pueden ser realizadas por aquellos que no pueden realizarlas. Es paradójico, lo sé; pero es cierto.

-Me encantaría discutir ese tema contigo, pero ambos sabemos que no hay tiempo, papá. No quiero que me arresten, así que hay que apurarnos.

-Está bien.

César eligió prisión domiciliaria, tanto para que su padre no se preocupara como por el hecho de saber que así sería mucho más fácil escapar. Augusto continuó leyendo las últimas cláusulas del contrato y al terminar, extendiendo la pluma, le preguntó a su hijo:

-¿Estás seguro de que quieres firmar este papel? Podemos olvidarnos de todo este asunto, César, como si nunca hubiese ocurrido, como si jamás te hubiera pasado por la mente la idea de hacer este drama que no te va a traer nada bueno. Le diremos a los medios que dijiste eso porque te habías metido una sustancia muy potente, ¡o lo que haga falta decirles!

César no dijo nada. Sin apartar la mirada del papel, tomó la pluma y puso su firma en todos los espacios donde era requerido. Ni siquiera miró a su padre, que trataba de encontrarse con sus ojos para suplicarle, aunque fuera en silencio, que no lo hiciera. Aún era tiempo de romper el contrato... antes de haberlo firmado por completo.

-Listo.

Extendió el contrato hacia su padre, y Augusto permaneció viéndolo atónito por casi treinta segundos antes de volver en sí y agarrar las hojas. Miguel se acercó y firmó lo que le tocaba firmar como representante legal del señor Augusto Navarro. Le dolió cada una de las firmas, pero tenía que hacerlo: era su trabajo.

-Todo está firmado -dijo Miguel, tragando saliva, y le entregó las hojas a Augusto.

Ninguno de los tres podía creer, en el fondo, lo que estaba sucediendo ni lo que ellos mismos estaban haciendo. Como si alguien fuera de su mundo, fuera de su realidad, los estuviera controlando y ellos sólo actuaban por designio.

-Me imagino que no necesitas que te lleve a ninguna parte -dijo Augusto con serenidad-. Ya has de tener tu propio plan de escape y tus propios... "compañeros".

-Lo tengo todo bajo control. Igual gracias por la consideración.

Apenas se puede decir que se despidieron. Ni siquiera hubo un abrazo ni un beso en la mejilla; tan sólo un apretón de manos y una mirada intensa, un momento de profundidad compartida donde Augusto abrió el abismo de su espíritu y su hijo pudo ver y entender la íntima resolución que su padre había tomado. Por primera vez en mucho tiempo, le tuvo respeto a su padre.

Pero no era tiempo de sentimentalismos: a César se le hacía tarde.

Salió rápidamente de la casa y se escabulló por donde tenía planeado, acompañado de sus amigos insurgentes, que se habían unido y le habían arrastrado consigo al movimiento de los puristas. Sin embargo, por más precauciones que hubiese tomado, su padre tenía todos los recursos para encontrar su posición exacta en cualquier momento.

Pasaron casi veinte minutos en silencio, Augusto y Miguel, hasta que finalmente al abogado se le ocurrió decir:

-¿Me comunico con el general Corona? Sabe que puedo arreglar todo para que a su hijo no le hagan nada, señor. Si acaso llegan a atraparlo, nos podremos encargar de liberarlo sin problemas. De hecho, tengo el número guardado en el celular que...

-¿Recuerdas el Protocolo de Excepción Penal? -Augusto interrumpió sin cortesía.

A Miguel le tomó de sorpresa la pregunta -acaso porque en el fondo sospechaba hacia dónde iba- pero tuvo la compostura de responder:

-Por supuesto que sí: nos permite usar castigos que ya no forman parte de la ley, en casos especiales, pero más importante aún: también nos permite anular castigos que forman parte de las leyes actuales, señor Navarro.

-Lo que me importa es lo primero.

-¿Cómo?

-Necesitamos darle una lección a esta juventud de imbéciles, algo que les recuerde que la vida no es fácil y que cuesta mucho construir una Civilización ordenada como para que pretendan destruirla.

-¿En qué estamos pensando aquí, señor? No entiendo.

No quería entender, y Augusto se lo puso claro:

-Sé que ni mi hijo ni los rebeldes que lo acompañan se van a esconder por siempre en una jungla de este planeta. Van a aprovechar que las Arcas Espaciales despegan en menos de tres años y se van a inmiscuir entre la gente hasta que llegue ese día. Entonces subirán a las Arcas y pasarán el resto de sus vidas en órbita, vagando siempre de una nave a otra, ocultándose entre las enormes sociedades que van a estar girando en el espacio. Saben que, una vez ahí, jamás podremos encontrarlos.

Guardó silencio unos segundos antes de concluir:

-Quiero que mandes a un escuadrón entero a interceptar el paso de mi hijo y los rebeldes que lo acompañan. Hoy mismo por la noche, ya sabemos cómo encontrarlo. Y una vez que los hayan capturado, los van a matar a todos. Es una orden, Miguel.

-¡Pero señor! -El abogado no podía creer lo que estaba oyendo-. ¿Cómo va a permitir que le quiten la vida a su propio hijo? ¡Usted sería incapaz de hacer algo así!

Augusto sintió que su respuesta ya estaba determinada desde el principio de los tiempos:

-Por eso mismo es que voy a hacerlo, Miguel: porque soy incapaz de hacerlo. Si fuera de esos hombres que son capaces de matar a sus propios hijos, en primer lugar nada de esto hubiera pasado. Solo haz lo que te digo.

Miguel estuvo a punto de protestar, tratar de convencerlo que había otras maneras. Pero se contuvo y mantuvo la profesionalidad que le había llevado tan alto. Tenía que hacer su trabajo.


Fin.